“A veces, hacer lo correcto no te lleva a un final feliz. Pero eso no significa que no valga la pena.” — El Juego del Calamar.
La espera ha terminado. Durante esta semana, las redes sociales han estado hablando de un solo tema: el final de la serie coreana El Juego del Calamar. Y es que no es para menos. Para quienes seguimos esta historia desde su impactante primera temporada, conocer su desenlace se convirtió en una verdadera necesidad emocional, casi una urgencia de fan.
Confieso que, como muchos, tenía la esperanza —quizás ingenua— de que el protagonista encontraría al fin un poco de paz, de justicia, o al menos un cierre digno. Pero también esperábamos que la crudeza, la tensión y la crítica social que marcaron la primera temporada estuvieran presente. Y vaya que lo estuvieron... pero no de la forma que imaginábamos.
La sorpresa fue total. Creo que muy pocos fans (si es que alguno) podrían haber predicho ese giro final. Si tú lo hiciste, ¡déjamelo saber en los comentarios porque necesito entender cómo lo viste venir! Pero más allá del shock, esta serie volvió a lo que mejor sabe hacer: ponernos frente al espejo más oscuro de la humanidad. El Juego del Calamar vuelve a recordarnos —de la forma más sangrienta y brutal posible— hasta dónde puede llegar el ser humano por dinero, poder o simplemente por sobrevivir. Nos hace preguntarnos:
¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar por nuestra propia seguridad?
¿Está nuestra vida por encima de la de los demás?
¿Son nuestros problemas más importantes que los del resto del mundo?
¿Puede el mal ganarle al bien, sin que haya ningún tipo de consecuencias?
Y en medio de esa vorágine de egoísmo, traición, miedo y desesperanza... aparece una chispa de luz. Porque sí, también hay personajes que nos recuerdan que aún queda bondad en el mundo. Que incluso en un sistema tan podrido y deshumanizado como el que retrata la serie, hay personas dispuestas a darlo todo —incluso su propia vida— por hacer lo correcto, por salvar a otro, por mantener viva la esperanza.
Sin embargo, el guionista no nos lo pone fácil. El bien no siempre triunfa. Y ese es quizás el mensaje más crudo de todos: a veces, hacer lo correcto no te lleva a un final feliz. A veces, simplemente... no hay justicia.
¿Y ahora qué? Bueno, la serie terminó. Nosotros seguimos aquí. Con el corazón un poco roto, los ojos húmedos y la mente llena de preguntas. Nos toca, como siempre, seguir adelante. Reflexionar, llorar si hace falta, pero no perder la fe. Porque si algo deja claro El Juego del Calamar, es que incluso en medio de la oscuridad más absoluta, siempre habrá alguien que decida encender una vela.
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